sábado, 14 de noviembre de 2009

¡Y llegó el fin de semana!


Sábado mañana: 11 horas. Estamos fresquitos y con ganas de estudiar. Avanzamos con entusiasmo en Lengua Española. Estamos preparando el examen del martes próximo: una hora. Pues vamos con el del Francés. Hoy tenemos un agregado para la clase, un compañero de mi hijo que como la gran mayoría de su clase está perdido(en su casa se defienden en inglés). Otra horita.

El horario de la tarde ya está señalado. A las siete, cuando se haya ido la luz del día, retomamos las clases. Trato hecho. Y le tocó el tiempo a las matemáticas: una hora más. La clase de flauta y el desciframiento de tres partituras de música tan sólo le llevó al padre y al hijo su media horita. El niño seguirá ensayando por su cuenta mañana.

¡Y por fin toca relajarse! Son las nueve, acaban de terminar de repasar el examen de ciencias que toca para el lunes y están satisfechos. Han discutido sobre las membranas de las diferentes células y parecen que han llegado a un acuerdo... Se recogen los libros con el horario de mañana domingo ya previsto.

Afortunadamente por ahora, nosotros no tenemos problemas de enfermedad, ni de pareja, ni de paro, ni de hijos en la adolescencia, ni de padres que cuidar... En fin, ya saben ustedes, esas viscisitudes que se añaden a la simple dificultad de vivir ¡que no es poca!

Y es que estamos pasando una época de normalidad más absoluta. Pero como bien dice una amiga poeta que tiene una sabiduría adquirida gracias a los reveses de la vida: ¡Bendita normalidad¡ Et pourtant... mi pensamiento (hoy sábado por la tarde más sereno por no estar tan acelerado) no deja de tener presente en esos muchos padres que no tienen la disponibilidad que tenemos nosotros para con sus hijos, que se van perdiendo con la raíces cuadradas, con el verbo aimer, être y avoir o con la partitura del Titanic...

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