Y como bien dice "entender da marcha". Pues en eso estoy, con marcha e intentando entender, dándole forma a mis pensamientos sobre las implicaciones del padre y la madre en la familia en los estudios de los hijos y de las hijas.
Por regla general - no voy a entrar aqui en las razones del por qué - las madres pasamos más tiempo con nuestros hijos e hijas y sobre nosotras recae en gran medida acompañarlos con las tareas escolares. ¡Cuánto sabemos, las madres, de las fuentes de tensión y dificultad que se producen entre nosotras y ellos! Si en algo estoy mentalizada, es en que mientras mi hijo esté cursando estudios básicos estas peleas van a ser parte de mi vida. Sé que todo lo que merece la pena en la vida se logra con esfuerzo, y el aprendizaje no es una excepción. ¡Qué le vamos a hacer! La lectura, las matemáticas y la escritura requieren tiempo y repetición, por ello me gustaría señalar que invirtiendo en nuestros hijos e hijas, generosidad, paciencia y atención y seguiendo en el empeño de crear un buen ambiente centrado en el conocimiento, podremos ayudarlos convenientemente en su desarrollo.
En la actualidad, nuestra sociedad acepta que la educación de un niño sea una tarea compartida que deben realizar el padre y la madre, pero hay también quien sostiene que es la madre la que trabaja directamente con los valores, las costumbres y la formación del pequeño desde que nace hasta que se marcha de casa para formar su propio hogar. La madre influye durante toda la vida sobre los hijos y aunque, es verdad que el padre cada vez toma con mayor seriedad su papel en la educación, es en la madre donde radica la mayor parte de la información emocional que el individuo toma para hacerle frente a la vida. Rousseau ya en su día en L´Émile apoyaba esa idea: "En el camino del ejercicio educativo la madre será la guia para la materialización del hombre bueno y feliz".
A este argumento de Rousseau quisiera añadir una pequeña matización y es la siguiente: para que ese hombre bueno y feliz se desarrolle hace falta que la madre esté bien. Si la madre está bien el hijo o la hija estará bien.
Y vosotros me diréis ¿qué hace falta para que una madre esté bien ? Pues creo que con se cumpla tres requisitos podríamos darnos por contento.
En primer lugar, hace falta que el marido, el compañero, cumpla su principal papel, el de darle confianza, seguridad y tranquilidad a la madre para realizar plenamente su maternidad. Que su papel de hombre igualitario no se quede en un simple asumir su parte proporcional en el cumplimiento de las tareas domésticas. Esto, en nuestra opinión no es más que quedarse en las formas.
De María Esther Roblero, psicóloga psicoanalista quiero rescatar unas reflexiones que recogen pensamientos que mi marido y yo hemos verbalizado en múltiples ocasiones: "El padre es insustituible en uno de sus principales papeles: ser el marido de la madre y viceversa... La familia no puede existir sin una estrecha alianza entre el padre y la madre". Esta psicóloga, psicoanalista aclara que :"Cuando una madre intenta ocupar el rol de padre termina convertida en "madre sobreexigida" mientras que cuando el padre intenta ocupar el rol de ella, sólo se transforma en una segunda madre."
En segundo lugar para que una madre esté bien, hace falta -esto está corroborado por estudios - una alta preparación de la mujer. La mujer, con su formación, es la que modifica notablemente el modelo familiar.
Y por último creo, que es sumamente importante, que la madre sea consciente del trabajo que realiza con sus hijos e hijas para de este modo poder sentirse satisfecha. Le incumbe a ella, hacer el esfuerzo de darle valor a todas las actividades que hace con sus hijos e hijas. Ni que decir tiene que el apoyo del padre es una pieza clave para que las decisiones de la madre se lleven a buen término.Tiene que haber un frente común en la pareja. Sin éste, el barco difícilmente llegará a buen puerto. A menudo, la madre, tiene que repetir cien veces lo mismo para que se le oíga, si el padre alza la voz, la petición materna se ejecuta con más celeridad. A nosotros por lo menos, no nos falla este recurso.
Este sería si quieren ustedes, el paradigma de una familia donde no hay graves conflictos. Pero ¿qué hacer con familias de ambiente más desfavorecido donde el padre está prácticamente ausente y la madre está sóla para llevar a cabo la educación de sus hijos e hijas? Pongamos de referencia casi la mitad de la clase de nuestro hijo.
Pues pienso que habría que dedicarse muy en serio a la educación de esas madres como instrumento para la mejora de la educación. Estar en casa no tiene, es verdad, un lucimiento social pero es fundamental la labor que desarrolla la madre a nivel familiar y sus esfuerzos deberían ser valorados por encima de todo. Si la Consejería de Educación posibilitara unos programas, unos cursillos orientados a facilitar las relaciones entre el hogar y la escuela quizás se lograra que estas mujeres conocieran la importancia de su papel, lo que entre cosas, contribuiría a mejorar la imagen que construyen respecto de sí mismas.
Se sabe que el conocimiento más directo con las familias propicia que los problemas de disciplina, y de convivencia queden rapidamente atajados. ¿No podrían remediarse los problemas de aprendizaje con algunas orientaciones claras a la familia transmitiéndole que lo importante no es preocuparse de los hijos y de las hijas sino ocuparse de ellos y de ellas? En muchas ocasiones la crisis en la adolescencia de muchos chicos y chicas no es más que la ausencia de padre o de madre en sus funciones.
Estas funciones podríamos enumerarlas como sigue: poner límites a los hijos e hijas; frustrarlos con cariño, sabiendo que no pueden tenerlo todo en el momento en el que lo desean; respetarlos y apoyarlos haciéndolos responsable de sus decisiones. Claro que para llevar a cabo estos cometidos necesitamos ejercer la virtud de la paciencia, luchar con nuestras expectativas realistas e idealistas y por último sacudirnos unas veces el egoísmo y otros la culpa.